La etapa de la adolescencia se caracteriza por la presencia de una confusión acerca de la propia identidad, la caída de la omnipotencia de las figuras parentales y asumir los cambios de su cuerpo, dejándolo a la deriva de sus afectos los cuales se tornan ambivalentes. Viven una transformación en donde su cuerpo y mente infantil se ven sometidos a una metamorfosis que los impulsa a la adultez la cual es percibida como un mundo lejano y enigmático, al cual aún no se desea ingresar por miedo a dejar en  el olvido su identidad.

jovenes

Producto de lo anterior, el adolescente se siente sobrepasado y surgen ciertos niveles de angustia que deben ser tramitados de algún modo, lo cual no se constituye como tarea fácil para la mayoría de ellos. Por lo tanto, he aquí la relevancia del problema, ya que este monto de angustia tendrá directa relación a cómo fueron vividas ciertas experiencias anteriores, que de una u otra forma tienen que ser re-elaboradas en la adolescencia. El éxito o no de este trabajo estará en directa relación con los recursos psíquicos  con que cuente el adolescente en cuestión.

A raíz de lo anterior es que nos encontramos en la clínica con jóvenes a los cuales se les ha dificultado esta tarea, la angustia los desborda y no encuentran salida alguna, ni siquiera el desahogo a través de la palabra parece dar abasto, por lo cual se torna necesario recurrir a la intervención del cuerpo: lo cortan. Nos enfrentamos así, ante el dolor psíquico del adolescente que se ha materializado a través de la autoagresión física.

Es de suma importancia detenerse a pensar como han aumentado las cifras respecto a las autoagresiones por parte de la población adolescente; tal como lo revelan estudios realizados (2007), en los cuales se plantea que el 1,5% de la población se autoagrede, práctica que va en aumento. Son jóvenes que liberan sus angustias emocionales cortándose los brazos, los muslos o el abdomen con cuchillos cartoneros, cuchillos o tijeras. Pero que no buscan llamar la atención.

Pareciera ser que la sociedad no está preparada para ver, escuchar ni dar acogida a este actuar, sino más bien que los cortes entran al orden de lo prohibido, deben ser vividos en silencio, ya que pareciera ser -en la mayoría de los casos- que los padres o el mundo adulto sólo pueden paralizarse ante este “horror” y escaza responsabilidad asumen ante el dolor del otro. Cuestión que los paraliza en su función. Para ellos el corte, en tanto imagen, pasa a ocupar el lugar principal dejando así de lado el mensaje que hay detrás. Por esto, es importante pensar que en algunos casos existen adolescentes que cuando se enfrentan a algo del orden de lo conflictivo -aquello que la consciencia no puede soportar- deben recurrir al cuerpo para dejar en él un mensaje. Este cuerpo se ha transformado en un escenario donde se ponen en juego los conflictos psíquicos, donde se expresan emociones y ansiedades. Hoy,  en la post modernidad y tomando lo dicho por Mc Luhan, el cuerpo es el mensaje, al cual hay que escuchar, leer y liberar de sus límites corporales para dar lugar a un decir que alivie el dolor.

Sabemos que los cortes provocan respuestas en toda sociedad, pero resalta el modo en cómo ciertas instituciones, como la Asociación Metropolitana de Padres y Apoderados (AMDEPA) presenta el problema, ya que para ellos ante todo, debería  existir una prevención de este “síndrome de orden psiquiátrico”, esto a través de charlas y cursos especializados en la materia. Quizás el peligro de aquello incide en que en cierta medida no se permite rescatar la subjetividad de cada adolescente, este grupo de apoyo funciona más como ocultador del mensaje  en vez de darle un espacio de escucha, ya que asumen que todos responderían igual a una misma conflictiva creando normas explicativas de funcionamiento de un grupo, sin dejar espacio a la pregunta ¿De dónde surge en cada sujeto esa agresión contra el propio cuerpo?  O peor aún,  padres que externalizan el problema poniendo el acento en la anormalidad psiquiátrica de cada hijo, para no confrontarse ante el dolor de sus posibles responsabilidades en el asunto,  dejando al adolescente a la deriva, cargando solo con  el conflicto y con la angustia que le provoca este mensaje que nadie quiere escuchar pero que al mismo tiempo  todos se quieren deshacer.

Nos parece que, tanto un diagnóstico psiquiátrico apresurado, como el generar una estigmatización global de estos jóvenes a través de charlas comunitarias, no hacen más que dejar fuera una vez más el mundo interno del sujeto en cuestión; porque no hay que olvidar que es un sujeto que a pesar de ser un adolescente -a los cuales generalmente se los ve como si no tuvieran opinión por ser adjudicados externamente de características negativas, como seres superficiales- posee identidad propia, y es así donde uno tiene que intervenir. Tanto padres, médicos, psicólogos, profesores, etc, deben darse un tiempo para conocer a este joven, su ambiente y así reconocerlo en su dolor.

Si examinamos este acto impulsivo, el corte, de manera más exhaustiva, podemos darnos cuenta que en general es un acto que se lleva a cabo en solitario, es el adolescente solo con su dolor mental el cual sólo alivia -momentáneamente- por medio del dolor físico, de ver su propia sangre y saber que a pesar de todo sigue vivo, pero en soledad, sin otro medio de desahogo que éste. No ha existido un otro que lo acompañe en su confusión ni que soporte sin cuestionamientos aquella ambivalencia sentida que  provocan variantes estados de ánimo. Lo que es real se pone en juicio, se debe llamar a un tercero -el corte- para volver en sí.  Sus sentimientos y montos de agresión no pueden ser contenidos por él mismo, ya que en otro tiempo esta función -la de contención y sostenimiento emocional- no se llevó a cabo con éxito por  otro significativos.

El adolescente a solas con este conflicto psíquico debe escapar del horror que produce la no-integración y volver a ser en el mundo, habitar nuevamente el cuerpo.

Por lo tanto, se puede abrir  un nuevo escenario, el de la escucha desde un otro, lo cual se vuelve desconocido para el sujeto sufriente -como nueva experiencia-  pero a la vez lo fascina. Es un lugar donde se puede volver a escribir y pensar su historia, una hoja en blanco donde dos mentes se abren a infinitas posibilidades. La persona indicada presta un espacio donde el dolor, finalmente, logra ser contenido y re-leído para así comprender la función de este síntoma.

Hay que entender que el corte que realiza el adolescente en su cuerpo, adquiere una función y un sentido; en un nivel consciente busca ser ocultado y por eso se lleva a cabo en silencio, pero en otro nivel -inconsciente- es un grito por la necesidad imperiosa de reconocimiento. Sin embargo, el ser visto pasa por ser escuchado, y es la única forma de que los fragmentos se puedan volver a unir.

Ahora, cuando emerge el conflicto y aparece algo del orden de la angustia, no será necesario escribir en su cuerpo usando el corte; sino más bien la palabra se habrá descubierto como recurso comunicativo y suficiente para convocar el alivio.

Todo lo anterior posibilita que el adolescente fomente sus recursos psíquicos y da lugar a que la reflexión sea posible, posteriormente se podrá hablar y contar algo de aquellos cortes, ya que un capítulo posterior de su historia se logran simbolizar -poner palabras donde solo existía angustia- aquello que en un primer momento sólo fue acto impulsivo, ahora -luego de realizar un trabajo de escucha- adquiere significado y logra ocupar el estatuto de símbolo.

Nos encontramos ante un nuevo escenario, los adolescentes de hoy no son los mismos de décadas atrás, el dolor mental está presente en todos pero la comunicación de éste es diferente, por lo mismo no caigamos sólo en un reduccionismo sindromático ni esperemos que pastillas milagrosas los liberen; más bien la invitación es a escuchar lo que tienen que decir nuestros adolescentes hoy.

FUENTE: Por Lorraine Díaz y Fernanda Ojeda (Psicólogas Infanto–Juvenil) para www.radiotierra.com a 13 de Junio 2011 Chile

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