AGUASCALIENTES, AGS. MEXICO.- Es una práctica que se mantiene en secreto. Por su prevalencia, algunos especialistas la consideran una epidemia, aunque silenciosa, pues provoca vergüenza y estigmatización. Lo cierto es que se calcula que al menos 10 por ciento de la población escolar adolescente incurre en conductas de autoagresión.

Adolescentes y jóvenes de entre 12 y 16 años frecuentemente se provocan lesiones como una manera de hacer frente al dolor emocional. Se cortan en brazos, muslos, tobillos y tórax para hacerse heridas superficiales; se queman con cigarrillos, se rasguñan o golpean contra la pared. Este comportamiento, que en general no pone en riesgo su vida, tiene ya una incidencia alarmante, y pocas veces es detectado a tiempo.

Rogelio Santos Estrada, director de la Fundación «Ayuda a la Juventud», destacó que la autoagresión es un mecanismo que utilizan en su mayoría adolescentes y jóvenes para hacer frente a emociones que no han podido comunicar y no saben cómo manejar. Está asociado a factores de estrés intenso, abuso sexual, violencia intrafamiliar, presión social e inicio de la pubertad.

Es una conducta que suele iniciar a temprana edad, pues en 85 por ciento de los casos son jóvenes que se lesionaron por primera vez cuando tenían entre 12 y 13 años, aunque la práctica es más recurrente cuando tienen entre 15 y 16. En algunos casos continúa hasta los 20 o 21.

Quienes se autoagreden -advirtió- tienen siete veces más posibilidades de intentar suicidarse, pero aclaró que la mayoría no busca acabar con su vida ni tiene trastornos mentales severos.

Sin embargo -subrayó-, son jóvenes que preferirían no autolesionarse, pero lo necesitan porque no tienen otros mecanismos para manejar sus emociones, como llorar o platicar lo que les pasa. Muchos sienten ansiedad cuando no tienen un instrumento para lastimarse.

Agregó que en el campo de la salud mental esta conducta se conoce como autolesión, autoviolencia, parasuicidio, autoabuso, flagelación y automutilación. No obstante -aclaró-, es importante distinguir este tipo de conducta y los episodios vinculados a trastornos severos de la personalidad o emocionales, como la autolesión atípica, donde se presentan casos extremos de automutilación, conducta suicida y estados sicóticos.

La autoagresión típica ocurre cuando la persona se corta, quema o golpea para hacer frente a emociones que no puede procesar de otro modo y logra concretarlas en una lesión física que le permite experimentar calma.

Reconoció que la autolesión está presente en cerca de 22 por ciento de los casos diagnosticados en los servicios siquiátricos, públicos y privados.

La presión para ser competitivos y la falta de oportunidades para los jóvenes son factores sociales que han empeorado su situación y favorecen estas patologías, en las que influye la carga genética y la estructura de su personalidad.

Explicó que es un fenómeno que permite canalizar la angustia, pues los mismos pacientes aseguran que luego de lesionarse se sienten más tranquilos.

Se ha detectado que muchos acuden a la autolesión como una medicina para sus miedos y un pasaporte contra el suicidio. Son adolescentes que no tienen mecanismos para expresar sus emociones o temores intensos.

Señaló que se emplean diversos métodos: 95 por ciento se corta, 35 por ciento se golpea, mientras que 30 por ciento se quema. Subrayó que cuando acuden a Alía detectamos que llevan entre tres y cuatro años lesionándose, pero tienen muy claro que no buscan suicidarse ni manipular a su familia.

Precisó que muchos no tienen intención de quitarse la vida, pero a menudo los padres confunden este síntoma con la conducta suicida. Asimismo, subrayó que hacerse «piercing» (perforaciones) o ponerse tatuajes no tiene que ver con la autolesión, pues no se busca descargar emociones ni focalizarlas con lesiones físicas.

Luego afirmó que va en aumento esta práctica entre los chicos, igual que los problemas de drogadicción y alcoholismo.

Enfatizó que la autolesión también está asociada a las alteraciones del proceso de separación emocional de los padres, que ocurre al principio de la adolescencia, proceso que los puede llevar a sentimientos de frustración, insatisfacción y tristeza.

Una persona que comienza a abandonar su infancia para convertirse en un adolescente -indicó- vive muchos cambios en corto tiempo, lo que genera enorme presión. Por tanto, la familia es un entorno clave para prevenir y detectar conductas de riesgo, en la que no importa si son madres solteras o padres divorciados, se trata de brindarles cariño, concluyó.

FUENTE: Por Mario Mora Legaspi en El sol del centro oem.com.mx a 25/11/2012

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