“Me sentía culpable de todo, aunque no tuviera culpa de nada. Sentía que estorbaba; y, sí, me hice mucho daño, hasta el punto de querer matarme varias veces”.

Las palabras de esta mujer de 57 años, vecina de Heredia, reflejan una situación que en la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) ven con alguna frecuencia.

Carmen (nombre ficticio) intentó quitarse la vida en cuatro ocasiones y se causó dolores físicos intencionales durante varios años.

Un estudio realizado por la Unidad de Vigilancia Epidemiológica en 2013 de la CCSS reveló que de 10.635 casos de violencia atendidos en los centros públicos de salud el año pasado, el 8% corresponden a violencia autoinfligida.

Aquellas corresponden a historias similares a la de Carmen, en las que la víctima de la violencia también es su propio victimario.

De acuerdo con ese estudio, el primero en su tipo que realiza la CCSS, en un año se registraron 812 casos, lo que representa una tasa de 17,2 por cada 100.000 habitantes.

“Viene en aumento. Por mucho tiempo este tipo de lesiones no se reportaba, pero, si revisamos los últimos datos del 2011 y 2012, solo el 2% de las lesiones se declaraban como autoinfligidas.

”Esto no solo quiere decir que va en aumento; también puede significar que ahora somos más propensos a admitir esta condición”, manifestó Leandra Abarca, médica encargada de la investigación.

Muchos de estos pacientes llegaban por intentos de suicidio, pero, en otros, la persona solo quería hacerse daño sin buscar la muerte. Carmen hizo ambas cosas.

“Es como si uno sintiera que no vale nada, como un vacío, como que más bien nada hace aquí”, recuerda esta madre de dos hijos.

Carmen utilizó dos de los medios más comunes con los que los ticos se autoagreden: la sobredosis de fármacos (en su caso, pastillas para dormir) y las armas blancas para cortar sus venas. Además, ella se le arrojó a un bus e intentó causar una explosión en la cocina de su casa.

“De una forma u otra, siempre había algo o alguien que me salvaba. Me acuerdo que cuando intenté tirarme contra un bus; un señor que no conozco me agarró de la ropa y me jaló”, narró.

Lo que más utilizó Carmen fueron las pastillas, método que el reporte de la CCSS califica como el más común para autolesionarse.

El 33% de quienes se agredieron optaron por las sobredosis de medicamentos o drogas.

Otro 18% ingirieron plaguicidas, 7% usaron armas blancas (punzocortantes) y 7% intentaron ahorcarse o estrangularse, según revela el estudio.

“Aún necesitamos mejorar el reporte en los centros de salud porque muchas nos llegan como eventos no especificados, pero ya estamos trabajando en que se envíen datos más detallados para trazar mejores estrategias”, dijo Abarca.

¿Quiénes son? Para los especialistas, nadie está exento de cometer este tipo de agresiones contra sí mismo. Sin embargo, hay personas más propensas a hacerlo.

El reporte explica que este tipo de lesiones son ligeramente más comunes en mujeres (58%) y jóvenes entre los 10 y los 39 años.

En quienes tienen entre 10 y 19 años, hay 24,5 agresiones por cada 100.000 personas.

Entre los 20 y los 39 años, la tasa es levemente mayor: 25,3 lesiones por cada 100.000 personas.

Este comportamiento es más común en San José y Cartago. De esas provincias preocupan cantones como Tarrazú (con una tasa de 13,7 autolesiones por 10.000 habitantes), Dota (13,3), León Cortés (11,4), Paraíso (8,9), Cartago (7,9) y Oreamuno (6,3).

El 7% de quienes se autoagreden usan armas punzocortantes.

“El documento nos indica las características de este tipo de lesiones y no las razones. Se necesita otro tipo de estudio para medir esto”, afirmó Abarca.

Tras causas. ¿A qué se deben las autoagresiones? Para los expertos, en algunas ocasiones se deben a que son personas que buscan castigarse porque se sienten culpables de algo. Otras veces intentan llamar la atención u obtener algo de otra persona.

También hay quienes no logran manejar la frustración ante situaciones que no resultaron como esperaban.

Esto es no es así en todos las víctimas. Gina Coto, trabajadora social del Hospital San Juan de Dios, asegura que, en muchos casos, historias previas en la vida han hecho que se desencadenen los ataques contra sí mismos.

“Hay quienes vivieron agresiones de otras personas en su niñez y se sienten culpables por eso; otros nunca lo comunicaron y se lo guardan y esto puede hacer que se manifieste después con autolesiones”, recalcó Coto.

Ese fue el caso de Carmen.

“Yo sufrí abuso sexual de niña por parte de un hermano, un primo y dos trabajadores cercanos a mi casa. Nunca se lo dije a nadie. Pasaron los años y ni mi mamá, ni mis hermanos, ni quien era mi esposo lo sabían”, recordó ella.

“Cuando mi mamá murió, yo tenía 40 años y ahí fue donde todo se complicó.

”Estuve hasta en el Psiquiátrico y comencé a ir a citas con un psiquiatra. Él me recetaba pastillas para dormir y ahí se complicó todo porque lo que él podía recetarme para un mes, yo me lo tomaba en una semana o menos. Después yo andaba viendo cómo conseguía esas pastillas”, añadió Carmen.

La Unidad de Vigilancia Epidemiológica de la CCSS también busca estudiar estos casos.

Dentro de sus próximos proyectos está hacer un trabajo de investigación con adolescentes para ver cuáles son las motivaciones de la autoagresión.

Los resultados servirán para establecer planes de ayuda. Salir de una constante agresión autoinfligida es complicado, más si se comienza desde joven, pero es posible.

Carmen es prueba de ello. Su vida es otra luego de años de terapia individual y de asistir a un grupo de terapia en el San Juan de Dios.

“Ahora salgo hasta sola, tengo amigos y un compañero que me hace feliz. Aprendí que no hay mejor compañía que yo”, concluyó.

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FUENTE: La Nacion, periodico de Costa Rica, por Irene Rodriguez a 27/04/2014

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