Foto: F. Ponzetto

Tras la aparición de casos de autolesiones y suicidios vinculados a la Ballena Azul, padres, docentes y psicólogos están en alerta. Pero muchos jóvenes advierten que esta sensación de alarma es exagerada. Especialistas explican qué tan distintos a los de otras generaciones son estos adolescentes, que crecen conectados a redes sociales y entre límites difusos.

En los últimos años la franja de suicidios que más creció es la de los jóvenes.

Otra vez sobrevuela la sensación de que la juventud está perdida. Está en el aire, luego de que se instalara la sospecha de que algunos jóvenes de distintos países se lesionaron y suicidaron en nombre del juego Ballena Azul, un desafío virtual que ninguna autoridad sabe aún con certeza cómo empezó, ni dónde, ni por qué. Todas son suposiciones: un medio cita a otro y así el rumor crece día a día, como sucede con las leyendas urbanas. Se dice que la tendencia comenzó en una red social rusa, que fue denunciada por una periodista luego de comprobar que el suicidio juvenil había crecido. Esto la motivó a realizar una investigación que para muchos expertos es sensacionalista e inexacta. Se dice que el creador del juego es ruso, tiene 21 años y que está preso desde hace dos. Se dice que administraba grupos suicidas en internet y que ideó esta lista con 50 desafíos para que los jóvenes que «no encuentran calidez, comunicación y comprensión, murieran felices». También que era una broma, pero que distintas personas con mentes perversas comenzaron a difundirla, invitando a adolescentes vulnerables a jugar mediante un mensaje privado en distintas redes sociales. Al parecer, quienes se arrepienten son amenazados.

En Uruguay, la Policía investiga 25 casos de autolesiones que podrían estar vinculados al juego. Dos semanas atrás, cuando la alarma se encendió, algunos especialistas en salud mental escribieron cartas públicas y varios directores de instituciones educativas enviaron mails a los padres de los alumnos pidiéndoles que estén cerca de sus hijos, que observen si actúan extraño y, sobre todo, que tengan cuidado con una serie que es furor en Netflix, 13 reasons why, en la que una joven cuenta mediante cintas de audio las 13 razones que la llevaron a autoeliminarse. Detrás de las recomendaciones de los especialistas hay un temor a que el suicido vuelva a ser una opción romántica y contagiosa, como sucedió antes en la historia de la humanidad.

Mientras tanto, la opinión de los adolescentes se divide. Josefina responde por Whatsapp en un grupo que su amiga Victoria tituló «Entrevista»: «No conocía el juego, pero creo que no hay mejor manera de prevenir este tipo de maldades que con una buena comunicación y al mundo entero», dice. Victoria, en cambio, opina «que es una exageración. Yo no supe del juego hasta que mi mamá me dijo. Quizás agarren a los niños con problemas de depresión y se aprovechen de eso, niños que no saben el daño que se están haciendo y por eso le hacen caso a una computadora».

Pablo, que tiene 12, muestra en su celular un «meme» que circula de grupo en grupo. La imagen bromea con la invitación al juego: lo gracioso es el remate, que siempre termina con una mala palabra para rechazar la propuesta. Lo lee en voz alta y se ríe a carcajadas. «Es una estupidez», concluye. Dice que sus amigos se burlan del reto número 11 (cortarse con un cuchillo y dibujar una ballena en la mano) y se sacan fotos en Snapchat con el dibujo del animal marino colocado digitalmente en el brazo.

La psicóloga Andrea Fernández lleva 13 años atendiendo adolescentes de forma individual y también dirige talleres de terapia grupal en Médica Uruguaya, una metodología que el sistema de salud obliga a tener a las mutualistas. Se enteró del juego en una de estas instancias y asegura que la mayoría de los chicos, incluso los que tuvieron algún intento de suicidio, se ríen de la cantidad de pasos. «Me dijeron que jamás se tomarían la molestia de seguir 50 desafíos si lo que quieren es matarse. Es muy fuerte, están todos los adultos en alerta y los gurises una vez más están diciendo que no es así, que no va por ahí, que todavía no los entendemos».

Algo distintos.

En Uruguay el 4,5% de los suicidios ocurre en jóvenes de entre 15 y 19 años. Es su principal causa de muerte. Aunque los adultos mayores siguen teniendo el protagonismo en la epidemia, esta franja es la que más está creciendo. La psiquiatra Silvia Peláez, especialista en suicidio y directora de la ONG Último Recurso, dice que la cifra «es impactante porque el adolescente siempre es un reflejo de lo que pasa en la sociedad». Según su experiencia, el que se quita la vida «no quiere morir sino dejar de vivir así», por eso un buen suicidólogo debe descifrar cuáles son las causas que lo impulsan.

Por estos días varias madres comenzaron a comunicarse entre ellas, también por redes sociales, como sus hijos. Entre las consultadas, algunas se lamentan de la dependencia de la computadora, de la obsesión por sacar fotos de todo, de lo distinto que es crecer en esta época de internet. Pero, ¿esta generación de adolescentes es realmente diferente a otras?

Luis Correa, psicólogo y director del liceo Hermanos Maristas, dice que se le ocurren dos diferencias y ambas positivas: «Son menos violentos. Los chicos prepotentes no son populares y en las clases ya no se da la búsqueda del más débil y la protección del más fuerte. Además, hay un cambio radical en cómo se percibe una elección sexual. Hoy, ser homosexual no es un hecho dramático».

En este sentido, el diseño de uno mismo que permiten las redes puede tener buenas consecuencias. No siempre hay que echarles la culpa. Dice Correa: «La fluidez de la vida contemporánea es muy homóloga a la fluidez que corre por las redes. Sí, es verdad que hay una zona de riesgo, que hay cyberbullying, que puede costar distinguir el riesgo virtual del riesgo real, pero también abren un tipo nuevo de tolerancia y comunicación».

Sophie cumplió 17 y piensa que los que están en problemas son los más chicos: «Esa generación sí que está perdida», opina. Unos años atrás, cuando pasaba todo el día en redes, sufrió cuando circuló una foto suya en la que «mostraba demasiado». «Ahora más que la burla el problema es que las chicas se cortan más que antes y vomitan más». Verse linda es imprescindible.

Antonella está de acuerdo. Una de sus amigas se cortaba las muñecas porque se sentía sola, triste y gorda. «Las redes se usan para saber qué están haciendo tus amigos y para burlarse de otros, ¿o no?». También para plantearse nuevos desafíos que muchas veces ella no comprende, como acumular «fueguitos» en Snapchat. «Yo siento que tengo que tener más, que no los puedo perder, pero no tengo claro qué es lo que estaría perdiendo, ¿me entendés?», dice.

Cada día Antonella envía dos fotos a 50 amigos. Para ganar fueguitos, cada uno debe responderle con otra. Le pregunto qué es lo que encuadra. «Ah, es un cuadrado negro. O sea, pongo el dedo arriba del lente y escribo algo. No me muestro, eso ya no está de moda. Para mí es mejor, porque no me gusta ni mi papada ni mis cachetes». Snapchat elimina las fotos cada 24 horas: ya no son permanentes.

El peso del cuerpo.

Los cortes no son algo nuevo, pero sí más comunes, sobre todo entre mujeres. «El dolor en el cuerpo recupera algo, porque en el momento en que me duele, existo, y a partir de ahí recupero el ser. Si te fijás, todos estos desafíos de la Ballena Azul hablan de hacerse cargo del cuerpo, como si se hubiera perdido», explica Correa.

Gabriela Porras, psiquiatra de Clínica Uno, explica que el adolescente «debe separarse de viejos «amores» (sus padres) e ideales que lo protegían, para buscar sus sustitutos en el mundo exterior, por lo tanto experimenta también sensaciones de vacío ligadas a sentirse muy solo frente a las emociones nuevas, a su propia hostilidad, a las emociones fuertes de la novedad de las experiencias sexuales y a su angustia creciente ante la evidencia cada vez mayor de quedar desamparado cuando percibe que ciertos ideales parentales ya no lo acompañan».

A esa necesidad de diferenciar el cuerpo del de sus padres, se suma la presión publicitaria de ser único para triunfar. El cuerpo se transforma, según Porras, en un «mapa cartográfico donde se inscriben los conflictos» que implican la búsqueda de esta identidad. Un lienzo para tatuar, cambiar y herir. Correa insiste: «Un adolescente tiene más temor a poner en riesgo su identidad que a poner en riesgo su vida. Y a veces un acto supremo, que le da sentido a la vida, parece justificarla».

Entre estos adolescentes y los de las generaciones anteriores se perdió la sensación de pertenencia. Y ese sí que es un cambio importante. «Es una juventud que se construye con menos referencias modélicas a su alrededor. Hay una especie de soledad identitaria», dice Correa. Si el saber antes estaba en los padres, en una religión, ideología política o movimiento artístico, ahora está en el bolsillo: en la computadora, en el celular. Y hay tantos estímulos que es difícil elegir. «Las tribus urbanas ya no existen», dice Fernández. «Se agarran de tendencias fugaces, de identificaciones que no son estables y no implican un esfuerzo de creencia». ¿Dónde están ahora los jugadores de Pokémon GO? Para esta psicóloga, el futuro de los adolescentes se parece más a la serie Black Mirror que a 13 reasons why.

«No cualquier adolescente va a incurrir en actos cuya significación última tenga un contenido mortífero. Se precisa cierta predisposición estructural, es decir, una historia y un entramado psíquico particular donde claramente los caminos hacia la simbolización de los conflictos esté alterado», advierte Porras. De acuerdo a datos de 2013, el 10% de los adolescentes uruguayos intentó suicidarse.

Según Peláez, detrás de la sensación de vacío existencial podría haber causas como violencia doméstica, abuso sexual o enfermedades psiquiátricas no diagnosticadas. Es que a veces los padres no pueden o no quieren ver, incluso cuando los cortes son evidentes. «Y otras veces los padres son vistos como amigos o tiranos: o no pueden poner límites o ponen límites demasiado duros, y en el medio el adolescente se siente solo. En definitiva, estamos ante lo que se conoce como una decadencia del nombre del padre, porque no hay quien encare la ley: todos se corren de ese lugar», explica Fernández.

Los jóvenes que más sufren comienzan a aliviarse cuando se encuentran con el deseo. Para lograrlo, hay mucho que se puede hacer. Por ejemplo, Correa propone que se revalorice el rol del adscripto: «Él podría ser un buen adulto disponible para recibir confidencias y atender sus estados de ánimo, porque los chicos siempre dan síntomas». Las ballenas azules nunca llegan por casualidad.

FUENTE:Por Mariangel Solomita para elpais.com.uy, Uruguay

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