Crecieron las consultas sobre niños y jóvenes que se cortan la piel; los especialistas advierten que el fenómeno está relacionado con problemáticas como el bullying y los trastornos de la alimentación

Olivia tenía 14 años cuando decidió cortarse por primera vez. No recuerda si sacó la idea de Internet o de alguna película, pero sí que fue al baño, agarró una hoja de afeitar y se hizo tajos superficiales en los brazos. Es hija única y en esa época se sentía muy sola. El bullying del que era víctima en el exclusivo colegio al que iba se había vuelto insoportable y en su casa no estaba bien visto llorar: su papá no entendía qué la angustiaba tanto y su mamá se ponía nerviosa.

Los cortes se convirtieron en su método de «descarga», y lo que empezó siendo un ritual que repetía a escondidas en momentos en que «no daba más» se volvió frecuente, con lastimaduras más profundas en los muslos.

Si bien no hay cifras oficiales sobre la cantidad de casos, los especialistas -psiquiatras, psicólogos y expertos en trastornos de la alimentación- advierten que en los últimos años aumentó considerablemente el número de quienes recurren al cutting, una conducta riesgosa y compulsiva que busca liberar emociones intensas o disminuir el estrés. Cuando la angustia y el dolor psíquico son tan fuertes, el dolor físico, más concreto e intencionalmente provocado, es usado como distractor.

Un escape momentáneo,[…] así describen su experiencia los niños, niñas y adolescentes que recurren a esta forma de autolesión, que afecta sobre todo a mujeres de entre 14 y 20 años y que implica cortarse en los tejidos superficiales de las muñecas, brazos, piernas y muslos.

Asociada con cuadros de depresión, ansiedad, trastornos de la alimentación o límite de la personalidad, entre otros, esta práctica aparece a edades cada vez más tempranas. Se inserta en el marco de la cultura de la «inmediatez» (donde se buscan «escapes» rápidos a la angustia) y el culto al cuerpo, motorizada por el efecto «contagio» que producen las redes sociales y algunas películas o series.

«Hubo una baja en la edad de consulta. Tengo pacientes de 11 que se cortan», asegura Juana Poulisis, psiquiatra, magíster en psiconeurofarmacología y especialista en trastornos alimentarios.

En la misma línea, Mónica Zac, psiquiatra y psicoanalista infantojuvenil, aporta: «Este fenómeno se volvió más masivo y se está empezando a ver en chicos más pequeños. Si bien se da generalmente en mujeres, recibimos varios casos de varones». Por otro lado, subraya que estas conductas autolesivas «no representan por sí mismas ninguna patología o estructura psíquica determinada», sino que pueden relacionarse con distintos cuadros.

Mangas largas en pleno verano o una gran cantidad de pulseras para cubrir los brazos; prendas que tapen los muslos o curitas son algunos de los métodos que usan las chicas para esconder las heridas. Muchas veces, esta conducta puede detectarse en la escuela antes que en la casa (ver aparte), pero siempre esconde un desesperado pedido de ayuda y la imposibilidad de poner en palabras emociones intensas. Por eso, trabajar con el entorno familiar y social resulta fundamental.

Zac aclara que el cutting por definición implica que los daños al propio cuerpo no deben ser con fines «autolíticos» (suicidas) sin por esto dejar de ser riesgosos.

«A veces el mismo corte que no producía daño se va repitiendo y puede ser más profundo -describe-, lo que puede terminar en una lesión que va a necesitar tratamiento o en una muerte no intencionada».

Vulnerabilidad emocional

Poulisis explica que la base del cutting es la vulnerabilidad emocional: es decir, una sensibilidad más alta al enojo, la tristeza, el miedo, los celos o la vergüenza, que generan respuestas de gran intensidad y un retorno lento a la calma.

«Todos tenemos emociones, pero en estos pacientes son muy potentes y no tienen otros recursos o habilidades aprendidas para tolerarlas y calmarse», dice. Sin embargo, aclara que el déficit en las destrezas para «pasar la ola o el tsunami de emoción» sin lastimarse puede ser entrenado: aprender a regularse es posible para estos jóvenes.

Por otro lado, subraya que hay dos factores involucrados en esta conducta: la disposición neurobiológica y el contexto ambiental en el que creció el niño (la familia y el grupo de pares), que se caracteriza en estos casos por ser «disfuncional e invalidante».

Ese combo explosivo suele detonarse en el comienzo de la adolescencia, cuando hay más dudas, situaciones de rechazo y cambios hormonales.

«Hay dos formas de invalidar y ambas van socavando poco a poco la autoestima», subraya Poulisis. Una implica reaccionar exageradamente ante el otro, lo que se suele dar en familias donde hay mucha emocionalidad expresada y frente a un conflicto acostumbran a gritar o romper cosas. Esto se traduce, por ejemplo, en retos desmedidos y desacreditaciones ante lo que es considerado un fracaso del chico, como una mala nota.

«La otra, muy frecuente en familias autoexigentes o perfeccionistas, se vincula con el responder demasiado poco: cuando el chico dice ‘me saqué 10’, le dicen ‘bueno, esa es tu responsabilidad, es lo que tenías que hacer'», describe. Y aclara: «El cutting se da tanto en chicos impulsivos como en aquellos que se autocontrolan excesivamente».

También situaciones como el abuso sexual o físico y el bullying pueden disparar la automutilación en respuesta al desgarro emocional que desencadenan.

El efecto contagio

Por otro lado, los referentes consultados señalan que hubo una serie de disparadores que influyeron en el auge de esta práctica. Entre ellos, destacan el impacto de películas como Abzurdah (la historia de una joven atravesada por la bulimia y las autolesiones) y el rol de las redes sociales, donde existen grupos en que los cortes se vuelven un símbolo de pertenencia, compartiéndose fotos y experiencias.

«A veces el mensaje entre las chicas es que es una conducta positiva de relajación o de alivio y eso propaga el contagio», señala Poulisis. «Cuando en verdad es algo absolutamente negativo: a largo plazo aumenta la baja de la autoestima y no aprenden recursos para defenderse ante las situaciones difíciles de la vida».

Los adolescentes entran así en una espiral de la que se vuelve difícil salir. Diana Ramos, psicoanalista y supervisora de la Institución Fernando Ulloa, lo compara con lo que ocurre con las drogas: «Se trata de una conducta compulsiva que en el momento puede producir alivio, pero después se siguen cortando más y más».

Entender al cutting no como un fenómeno aislado, sino como un síntoma que se vincula con pautas culturales y con una serie de transformaciones familiares y en los vínculos es clave.

Ramos pone el foco en una «cultura de lo estético», a la que niños y adolescentes no son ajenos, y que ensalza un ideal de cuerpo «perfecto», que muchas veces solo es viable si es «tallado con bisturí». Y es justamente en la pubertad y la adolescencia cuando los cambios físicos suelen volverse difíciles de sobrellevar.

Con respecto al rol de la familia, Zac apunta a cómo fue cambiando el vínculo que tienen hoy los niños y los jóvenes con sus padres. «Hay una gran cantidad de chicos que están mucho tiempo solos, y eso puede generar fallas comunicacionales y sentimientos de aislamiento y soledad -asegura-. Pero también hay padres que pasan más tiempo en la casa y son sumamente intrusivos, proponiendo vínculos en los que el adolescente no puede cumplir con lo que es esperable que haga».

Trabajar en la prevención es clave. «Es ahí donde más debería estar el gasto de la salud pública, porque el cutting ya está relacionado con una patología. Es muy importante que haya una buena comunicación sobre esta problemática a través de los servicios de adolescencia, las escuelas y espacios recreativos y de contención», concluye la psiquiatra.

Cuando el acoso entre pares lleva al desborde

María Zysman, psicopedagoga y directora de Libres de Bullying, afirma que hay un vínculo muy fuerte entre esa problemática y el cutting. Un adolescente acosado por sus pares, desvalorizado, agredido, minimizado, puede sentir tal tensión emocional que lo lleve al desborde. «Las autolesiones pueden aparecer como un modo de controlar el sufrimiento», explica. «Además, dejan marcas y cicatrices. Hay chicos que, de esta manera, escriben historia, dejan constancia». Sin embargo, señala que buscan esconder las heridas, por lo que es fundamental desde la escuela ayudarlos a conectar con lo que les sucede: «Los chicos que sufren de bullying llegan a creer que lo que les dicen o les hacen es culpa de ellos mismos, entonces empiezan a castigarse de distintas maneras. Poner en palabras el dolor es fundamental».

Señales de alerta

  • Buscan cubrirse el cuerpo: se suelen tapar los brazos usando permanentemente mangas largas, aún en verano, o gran cantidad de pulseras en el caso de las mujeres. Por lo general, evitan usar trajes de baño y se cubren también los muslos.
  • Más nerviosos: pueden tener conductas desafiantes, estar más rebeldes e irritables, alterados. Se los puede ver inquietos al ir al baño, uno de los lugares donde suelen cortarse.
  • Objetos punzantes: suelen tener en sus habitaciones cutters, tijeras u otros elementos cortantes. Además, pueden aparecer manchas de sangre en la ropa o en las sábanas.
  • Aislamiento: algunos chicos están más retirados o dejan de hacer actividades que antes compartían con pares, pasando más tiempos solos, generalmente en su habitación. Evitan también estar acompañados por sus familias

Noticia modificada en base a la Guía anticontagio de autolesión

FUENTE: Por María Ayuso para la Lanacion.com.ar

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