No existe ninguna regla universal del placer. Es una emoción y sensación que todos los individuos buscamos en nuestra vida pero que encontramos por vías distintas. Lo hallamos en el amor, en la compañía, en el sexo, ante el halago, al recibir el reconocimiento. No obstante, pero, el placer no proviene exclusivamente de aquellos inputs externos que categorizamos de “positivos” sino que hay quienes encuentran el placer subordinado/subyacente al dolor.

De la mano de Herder Editorial llega a nuestras librerías Hartarse, vomitar, torturarse, una conmovedora obra de los psicoterapeutas Giorgo Nardone y Mathew D. Selekman que aborda la conducta de una persona corriente ante trastornos psíquicos que generalmente se asemejan a lo extravagante y contra la naturaleza, como son el hartarse, vomitar y autolesionarse con el objetivo de aliviar el sufrimiento o buscar un estremecimiento de placer.

La agresión hacia uno mismo es un mecanismo cada vez más extendido entre la sociedad. Especialmente, entre los jóvenes y adolescentes, según Nardone y Selekman. Para ambos autores, no hay diferencias categóricas en el diagnóstico de lo que, aparentemente, parecen dos conductas de distintas: la bulimia y la autolesión. Ambas conductas patológicas son dos caras de una misma moneda que desempeñan un papel anestésico y de compensación frente a otros sufrimientos que el individuo no ha podido superar durante su crecimiento y que quedan anclados en el presente, ejerciendo de una tortura continua. Ante el malestar interno, por norma general tendimos a cubrirlos y taparlos con cualquier excusa de nuestra realidad: trabajo constante, centrarnos en el dolor de otras personas, tomar el rol de salvadores frente al resto, construirnos una coraza, evitar el diálogo.

En los casos más extremos, pero, el método más fácil para no sentir ese sufrimiento es auto provocarse uno de nuevo. Y ahí reside el quid de la autoagresión, como pueden ser la bulimia o la autolesión. Comer compulsivamente y vivirlo como una conducta natural; causarse heridas con una hoja de afeita; hacer del vómito un hábito continuo y necesario tras una ingesta; arañarse hasta sangrar. Conductas que socialmente vemos como inconcebibles y muy dispares, pero que terminan buscando lo mismo: el alivio. En este sentido, Nardone apunta claramente que son dos caras de una misma moneda que deben ser tratadas por igual.

En el transcurso de la obra, los autores plantean la posibilidad de un método terapéutico de intervención rápida y estratégica que permite que el paciente pueda dar un vuelca a la lógica perversa del trastorno que ha habituado en su vida. La propuesta terapéutica parte de un enfoque tecnológico que resuelve las soluciones más eficaces, es decir, “aquellas que se elaboran sobre el terreno, las que definen y describen la patología”. La materialización de estas teorías, que han llevado años de desarrollo, es la Terapia Breve, fundada por el propio Giorgio Nardone.

Un modelo riguroso y flexible que, desplazando la perspectiva del estudio de los problemas al estudio de las soluciones, ofrece una intervención rápida con una duración media de doce sesiones. A través de estas sesiones, afirman los autores y terapeutas especializados, es el propio conocimiento del paciente el que deriva del cambio concreto en su vida, y no de un cuadro teórico o estadístico, como suelen basarse la mayoría de terapias cognitivo-conductuales. En palabras de Nardone: “esto no pretende ser una exhibición de méritos personales, sino un modo de afirmar la eficacia empíricamente  comprobada de un modelo terapéutico, respecto a la extendida y a veces arrogante presentación de tratamientos que se consideran basados en la evidencia empírica, mediante la utilización de una metodología promovida por la farmacoterapia”

Hartarse, vomitar, torturarse incluye también, a modo ejemplificativo, la exposición de varios casos clínicos que han sido tratados mediante la Terapia Breve, mostrando los resultados observados y demostrando su posible efectividad.

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