Me despierto una mañana y noto su ausencia en mi cama… casi a nueve meses de distancia y aún lo añoro, añoro sus frías caricias, sus besos de acero, con mis finas sabanas escarlatas entrelazándonos y uniéndonos en un mortífero abrazo conyugal.

Me incorporo, voy al baño, me miro en el espejo y veo que no queda nada de él en mí, ya no llevo su camisa grande ni huelo a su perfume de hierro oxidado…me siento rara, vacía, como si despertase de un largo letargo, como si de mi se apoderasen las ganas de encontrarnos, de volver a sentir aquellas caricias que me acompañaban hasta caer rendida en sus brazos… no entiendo por qué ahora, por qué hoy quiero volver a sus brazos, o mejor dicho, que él vuelva a acariciar los míos hasta el amanecer como solo él sabía hacer.

Hoy, podría descolgar el teléfono y sé que el vendría a mi cama en menos de dos minutos, pero hoy sé que no descolgaré, sé que no marcaré ese número plagado de seises, ya que si conseguí establecer la distancia un día, lograré olvidarme de él ahora, o al menos mantendré mis ganas de verle bajo llave, y algún día, cuando me sienta suficientemente fuerte, abriré ese cajón, cogeré esas ganas ya mermadas y arrugadas y las lanzaré lejos, allá donde no puedan volver a encontrarme.

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FUENTE: ASeFo, autolesion.com

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